Si el 1 de junio de 2015 hubiera
sido un día normal para Rasheed Salah Benyahia, habría salido de la casa
familiar antes que nadie para tomar el autobús.
Así lo hacía a diario, como el aprendiz de ingeniero que era.
Pero
no era un día común para este joven de 19 años y no iba como de
costumbre camino a Birmingham, la ciudad del centro de Inglaterra en la
que trabajaba.
Ese día Benyahia cruzaba uno de los territorios más militarizados del mundo: la zona de amortiguamiento entre Siria y Turquía.
Atrás quedaba, borrándose ya de su memoria, una vida familiar normal y feliz. Un mundo de relativa paz.
En
Siria le esperaba el mundo de la guerra; un mundo del que, como
combatiente extranjero del autodenominado Estado Islámico, no regresaría
jamás.